Esa es mi verdadera cuestión. Lo que verdaderamente me cuesta decidir. Un sábado a la noche no me preocupa lo que voy a vestir o como voy a ir o volver, son cosas que se manejan o por lo menos que yo manejo mientras el reloj corre pero aca tengo algo más delicado entre manos, el perdón.
Siempre me distingui por ser una persona esencialmente fría y bastante distante del resto que me acompañaba, la que tomaba desiciones por corazonadas sin preocuparse por las consecuencias. Todavía hoy lo hago, siempre la pasíon como único motor y motivación, quizás a veces un poco de orgullo como sostén pero nada más.
Ahora es distinto, la razón no tiene deseo alguno de ceder, la razón esta empecinada en no perdonar, prefiere apoyarse en su orgullo y morir lentamente de pena que perdonar el error de una pobre tonta. El corazón la extraña sin duda, el corazón es pasional y quiere perdonar. Necesita de su contacto y su compañia.
Entonces ¿Qué hago cuando las dos mitades se juegan a puntas distintas? Pensar y sentir es mucho más difícil de lo que aparenta. Si fuera algo sin importancia no sería tan difícil, incluso sería trivial, pero cuando una porción todavía cree que se puede rescatar, la razón se va al carajo, y no hay manera de que el corazón deje de bombear frenéticamente hasta que consiga lo que quiere.
Quizás Shakespeare no estaba tan errado en su palabrerío dramático. Ser o no ser, perdonar o no perdonar, razonar o sentir. Solo nosotros podemos saber cuál es la verdadera cuestión.
La mía pasa por ello, ¿Sentir o razonar? La traición por mínima que sea es un trago difícil de pasar, siempre deja secuelas, es una espina constante. Mi cabeza no quiere pasarlo, no quiere perdonar, el corazón chilla con fuerza, quiere que ella vuelve.
¿Corazón o razón, quién va a llevarse esta victoria?
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