Te acordas, hoy es su cumpleaños. El cumpleaños de esa persona que no está, que lleva tiempo faltándote. Querés cantarle el feliz cumpleaños, volver a festejar, pero no. Él no está. No hay nada que festejar porque en tu cabeza comenzó a sonar la marcha fúnebre, el inconfundible adiós. En ese momento de tu vida sos más conciente de que él no está, que lleva tiempo lejos de casa de lo que fuiste jamás. La marcha comienza a sonar por segunda vez en tu cabeza y vos sentís que te morís que te vas también. Pero no, porque sentís cada poro de tu cuerpo escupiendo su dolor. Y por un segundo lo pensas ¿Te gustaría darle alcance? Sí, los dos lo sabemos.
Otra vez, la marcha retumba en tu cabeza y esta vez no está sola porque de su mano caminan los recuerdos. Cada una de esas dulces memorias se quedan en silencio, cada sonido se apaga y las voces enmudecen. En ese momento no podes recordar lo que dijiste o lo que te dijeron porque a lo único que podes poner atención es al gemido constante y desgarrador de la marcha fúnebre que hace de música de fondo. Cada uno de ellos es miel convertida en hiel, son espinas sin rosas. Te dejas torturar por ellos, no tenes opción y si la tuvieras no la aceptarías porque esos recuerdos que te queman la carne y te calan los huesos son lo más cerca que vas a estar de él. Y sí, los dos lo sabemos.
Es el día más largo de tu vida, las veinticuatro horas convertidas en un siglo de torturas. Y todavía no termina porque eso significaría que alguien tuviera piedad de vos y vos sabes que no hay tregua posible para lo que queda de tu pobre vida acá, lejos de él. Es un año más y estás rogando acostumbrarte a lo imposible. Estás soñando despierto con escuchar la marcha fúnebre y que la sangre no se te vuelva plomo en las venas. Pero pasan los años y es lo mismo sino es peor. Vas creciendo y cada uno de esos recuerdos que guardas como tesoros amenazan con volverse polvo, nada.
Te negas completamente, no vas a permitir que te saquen eso también. Y que se vayan a la mierda todos, a vos no te interesa nada más. Necesitas desesperadamente mantener esos recuerdos en vos, sentir que cada uno de ellos te devuelve un pedacito de esa persona que te falta y que tanto necesitas. Estás incluso hasta dispuesto a vender tú alma por un último abrazo, por un poco más. Ya no te queda consuelo alguno, solamente el vacío que comienza cuando todo es silencio.
Por fin silencio, tan roto y tan ensordecedor. Silencio. Terminó el día hecho siglo. Ahora tenés 364 días para cocer las heridas y dejarlas sanar para cuando la marcha fúnebre se haga escuchar otra vez. Y sí, los dos lo sabemos.
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