Desde la separación estaba rota por dentro, desalmada y cuando pensaba que nada más podía llenarle se encontró en otros brazos, brazos adultos, brazos maduros. Los últimos brazos que hubiera esperado que la abrigasen, brazos que tenían con los suyos una diferencia de edad que a otros hubieran asustado. Antes de que ella pudiera entender nada de lo que sucedía ya estaba trabajando en un buen lugar, su carrera universitaria había avanzado al punto de estar en la recta final y ella estaba embarazada, sí, su primer hijo estaba en camino y en menos de tres meses estaría entre sus brazos. De la nada y casi sin enterarse había construido un hogar junto a un hombre que llenaba sus días de magia. Todo lo sufrido anteriormente parecía un mal sueño difuso y lejano, algo que le contaron y no una experiencia personal.
Una tarde cualquiera de Abril, la vida la encontraba caminando sola después de una visita a su obstetra en pleno microcentro. Un antojo manejaba su cuerpo llevándola a donde un Starbucks cercano a donde pudiera saciarse. Entró, pidió, recogió su pedido y se sentó a saborearlo mientras su hijo pateaba y festejaba desde dentro de su vientre haciendo que ella lo acariciara con suavidad.
- ¿Puedo?- le preguntó una voz masculina y familiar que sin que ella lo notara se había acercado y la miraba con unos suplicantes ojos color chocolate.
No pudo contestar, las palabras habían abandonado su garganta por completo por lo que ella tomó esa mano que tantas veces antes había sostenido y la acercó a su retoño no nato compartiendo con él la dicha que ella sentía al poder acariciar a su hijo de aquella manera. Ninguno dijo nada por un momento, los minutos se habían petrificado de la nada. Sin pedir permiso él se sentó junto a ella y acarició su dilatado vientre hasta que la criaturita indefensa pareció tomar una siesta, fue entonces cuando ambos volvieron a mirarse.
- ¿Ya saben lo que es?- preguntó luego de aclararse la garganta, apartando su mano de ella con cierta renuencia- ¿Tiene nombre ya?- estaba haciendo más preguntas de las que merecía pero ella estaba de muy buen humor por su embarazo.
- Josefina Sol..- contestó ella sin miramientos, con una sonrisa radiante en el rostro que la hacían ver todavía más joven de lo que ya parecía. Volvió a dar un sorbo a su bebida caliente, todavía no hacía frío pero ella se sentía especialmente friolenta esa tarde.
Él se quedó en silencio por un momento y luego rió como si recordara un chiste.
- Tendría que haberlo supuesto..- dijo con una simpatía que ella ya conocía de tiempos anteriores. Ambos se miraron de nuevo y algo se quebró dentro de él, dejándolo desnudo ante ella como tanto tiempo atrás.
Ella se estremeció como si de repente sintiera más frío, su hija seguía quieta dentro de su vientre protegida con su propio sistema de calefacción centralizada.
- Tengo que irme a clases, fue bueno verte..- dijo ella acomodándose el cabello detrás de la oreja distraídamente a lo que él se percató de la alianza que ella llevaba. Si el vientre abultado no terminaba de hacerle entender que ella pertenecía a alguien más ese simple anillo le cayó como un balde de agua fría.
Ella se puso su abrigo, tomó su cartera tiró el vaso vacío en el tacho más cercano y luego de despedirse de él salió de allí, de nuevo a la atestada ciudad. Volvieron a ser dos desconocidos en esa metrópoli inmensa.
Él se quedó ahí sentado como una estatua, después de todos esos meses que no llegaban a sumar un año entendía todo lo que con dejarla ir había perdido. Luego de la separación se había dedicado a cosas que no valían la pena y ella tenía todo lo que ambos habían soñado, pero él no estaba en el paquete, él había dejado todo por nada y ahora que sabía que ella nunca más sería suya sentía un peso muerto en el estómago. Disparado por algún impulso insano él se puso de pie y la siguió desde lejos, paso tras paso hasta que la vio llegar a donde la universidad, en la esquina la esperaba un hombre que se notaba bastante más grande que ella, unos diez años o poco más quizá. Ese hombre la abrazó a su cuerpo y la besó en los labios para luego poner una mano en su vientre.
Ambos dos parecían en plena luna de miel, se notaba la adoración de los dos en los ojos. Él le corrió un poco el flequillo para dejarle un beso en su frente antes de pasarle un brazo por sobre los hombros y así subir juntos la corta escalinata perdiéndose entre los ingresantes al edificio.
Él siguió ahí parado unos minutos más, imaginándose en el lugar de ese otro hombre, sabiendo que si hubiera podido ser él de no haber arruinado todo. Ahora ella tenía la vida que iba a ser para ambos y él no podía hacer nada, él había decidido perder por perder, y ahora finalmente había perdido. Sin nada más que hacer se retiró de allí y le permitió a ella lo que tanto merecía, ser feliz con la vida de ambos.
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