miércoles, 10 de septiembre de 2014

La máquina de esperar y otros cuentos de terror

Porque todo es cuestión de tiempo y estamos condenados a ello. Como Sartre dijo que estábamos condenados a la libertad, también lo estamos al tiempo y peor aún: a esperar. Hay millones de cosas que no dependen de nosotros, que no podemos hacer más que esperar por ellas. Algunas más terribles, algunas más superfluas y que si jamás llegan tampoco nos influyen demasiado y algunas que nos rompen el corazón. Nos pasamos la vida esperando. Esperamos que nos acepten, esperamos un buen trabajo, una buena nota en un examen, esperamos que nos amen, esperamos una buena vida, esperamos que esa persona amada se muera cuando el doctor dice ‘no hay nada más que hacer, es cuestión de tiempo’ esperamos, esperamos, esperamos y se nos rompe el alma. Porque hay cosas que no llegan cuando las esperamos, o cuando más las necesitamos y hay algunas que no llegan nunca.

Y nos llenamos de angustia mientras esperamos, esa incertidumbre que genera el no saber cuando va a pasar o si va a pasar. Pensamos que si lo deseamos con mucha fuerza va a pasar y nos decepcionamos cuando vemos que no sucede así, que no sale el conejo de la galera. Nos entregamos un poco a esa desazón de tener que esperar.

A veces ni siquiera sabemos que esperamos, y eso es peor porque nos conformamos con lo que va apareciendo, queriendo convencernos de que era eso lo que queríamos que sucediera como si de verdad lo supiéramos. Nos mediocrizamos dejando los días pasar mientras se caen del calendario a la vez que la idea de que estamos desperdiciando nuestra vida nos crepita bajo la piel infectándonos hasta los huesos.

Y nos volvemos a levantar, con cada día, algunos más sumisos, otros más beligerantes. Vamos llenando los espacios de espera queriendo convencernos de que así avanzamos, creyendo que ya nos toca ser atendidos, que la sala de espera va a quedar atrás. A veces se da, otras veces nos toca seguir esperando, volver a acomodarnos en la silla y hojear otra revista de cuando Xuxa fue mamá por segunda vez.


Y seguimos esperando, y es un cuento de terror. 

viernes, 11 de abril de 2014

Y entonces Gustavo canta...

¿Alguna vez fue que planeamos hacernos todo el daño de una vez?... Y me levanto de la cama por inercia, llamada por el ruido de la alarma que en mi cabeza suena como Amanda, la madre de Thomas diciendo 'Levántate y lúcete' y gruño en silencio, apago la alarma y me quedo sentada en la cama, me rehúso a iniciar ese nuevo día que sé -en algún rincón de mi mente- que no va a darme lo que estoy buscando, aunque tampoco sé que estoy buscando. Bajo las escaleras, el frío arañándome la planta de los pies mientras doy vueltas, tarareando alguna canción, buscando ropa y un poco café que borre la bruma del último sueño de la noche, ese donde había una máquina enorme que daba vueltas en su lugar. Salgo de mi casa, un poco tarde otra vez, mi vecino de 'los días que llego tarde' en la parada del colectivo me sonríe y me saluda.

Y entonces Gustavo canta... Nuestro pasado nos suele matar, yo abro mi libro, jugando un poco con el señalador entre mis dedos de manera distraída, perdida ya entre las líneas de ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer que hace que algo adentro mío se retuerza con fuerza cerrándome el pecho. Y pienso en lo terrible que es el cáncer, en lo meritorio que debería ser. Pienso que mi tío no se lo merecía, porque si hay algo que tiene el cáncer es que de a poco le va robando la identidad y la dignidad al enfermo. Me siento mal, dejo de leer y miro por la ventana poniendo mi atención en las imágenes que se suceden. Todavía pienso en mi tío, en mis abuelos, en mi tía, no puedo evitar pensar en ellos últimamente, sentir su falta como algo afilado contra mi piel. Y pienso irremediablemente en ese llamado que no pude atender, en tu traición y las veces que hiciste el amor con ella sin importarte el daño que me hacías, las veces que me hacías el amor y pensabas en otra persona, las veces que me lastimaste. Llego a la oficina, anestesiada ante tu muda presencia, siempre ahí, donde más duele. Contesto un e-mail, dos, tres. Los teléfonos suenan, mis compañeros hablan, el ambiente me resulta tan contaminado que decido salir.

Y entonces Gustavo canta... Pasa el tiempo y ahora creo que el vacío es un lugar normal, y yo también lo creo, firmemente. Y Julio me pide que me siente en el suelo, que lo abrace un poco antes de ponerme a leer. No puedo seguir con ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer porque no quiero llorar en la oficina como una nena, porque no es el libro sino lo que dispara en mi cabeza. Y necesito de Julio, de esa magia perenne. Sus palabras me calman, el laberinto de Rayuela me dejan viajar muy lejos, a la Rue du Sommerard, al Pont des Arts, Buenos Aires desaparece durante la hora del almuerzo. Entre esas páginas me siento bien, escucho a mi tía quejándose porque era una excentricidad innecesaria el desordenar así los capítulos. El resto del día desaparece, la facultad, el viento, esos ojos de zafiro que me miran con culpa mientras vuelvo a casa.

Y entonces Gustavo canta... Si no olvido moriré, pero yo no olvido nada, aunque tampoco me importa morirme. La noche está instalada y yo espero el colectivo, esos mismos ojos siguen observándome con insistencia y yo paso de ellos con la misma vehemencia. Vuelvo a ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer, ya no puedo contener el llanto, desgarrada por la falta, abatida porque no sé como lucirme cada mañana. Llego desarmada a mi casa, buscando refugio, asustada de ser capaz de inflingirme el tan necesario daño. Hay que sentir el dolor, escuché alguna vez. Me obligo a dormir, intentando encontrar en algún escenario ese patio con escaleras y cuatro torres.

Y entonces Gustavo deja de cantar.    

domingo, 30 de marzo de 2014

No digamos que te extraño

Por si te lo preguntas, todavía te extraño. En todos lados. A toda hora. En los kilos que me faltan, en la pasión que no siento. En los ojos marrones que no se encienden como los tuyos, en las sonrisas que no me derriten. Te extraño en estas líneas amargas que en el fondo no saben a nada porque no vas a saborearla. Te extraño más desde que pude reconocer que era eso lo que sentía. Te extraño aunque eso enoje a quienes me rodean, aunque digan que no lo mereces. Te extraño. Y haces falta. Haces tanta falta que todo lo demás se vuelve pequeño, ínfimo, insignificante. 

Una vez alguien dijo que cuando una relación se terminaba era peor que la muerte física, porque uno de los dos se moría todos los días cuando la otra persona faltaba, y nosotros siempre extrañamos el cuerpo. Extrañamos el abrazo, extrañamos la risa y el beso. Y el recuerdo de esos días nos destruye. Nos aprieta tanto que no podemos respirar. Nos vamos ahogando en los días de nuestra vida que nos sobran, en el resto de nuestra vida. 

Hoy leí una frase, y me acordé de vos: 'Ven a dormir conmigo: no haremos el amor. Él nos hará a nosotros'. Me acordé de todas las noches que me sentí sola en la noche, de tu voz al otro lado del teléfono, de tus brazos alrededor de mi cintura mientras yacíamos en la cama. Y te extrañé un poco más. Todo se fue cayendo lentamente delante de mis ojos, cada día juntos, cada día sola, cada vez más despacio, cada vez más doloroso. 

Por un instante quise que sufras, que sintieras en tu carne cada segundo de dolor que yo había padecido. Las náuseas, la fiebre, las jaquecas, los ataques de llanto, la desolación y la desesperación por la sangre. Quise todo eso para vos, para no sentirme tan sola, para sentir que todavía eras mio. Y me sentí más enferma, más impura, más sola. A veces te extraño tanto que ni siquiera me acuerdo de lo demás, ni siquiera de respirar. O de como terminar estas líneas...


sábado, 22 de febrero de 2014

Las cosas que pueden salir mínimamente bien y salen terriblemente mal (u otras maneras de resumir la historia de mi vida)

O de como todo lo que tenía en la cabeza anoche se esfumó esta mañana. Soy una persona bastante intuitiva que sé cuándo algo es para problemas, y así como lo sé me meto de lleno como si no hubiera escuchado a eso que me hacía ruido en la cabeza. Y entonces las cosas pasan, se suceden y cuando comienzo a pensar que quizá era paranoia mía, que quizá puede salir bien se desarma todo en mis narices de la peor manera, irreparable. Entonces me aíslo, me pongo a la defensiva, me vuelvo arisca al contacto con los demás. Y los demás te dicen ‘tranqui’, ‘tomatelo con calma’ y me pongo peor, me brota la agresividad desde adentro y quiero mandar todo a la mierda o armar una mochila e irme yo para hacer las cosas más simples. Pero sigo en el mismo lugar, creyendo más de la cuenta en las personas como si no me hubieran defraudado y lastimado lo suficiente ya como para convencerme que más de uno está perdido.

Y hay otras personas que, sin embargo, siguen intentando sobre lo vano y lo perdido con una fe que no entiendo, intentando resucita algo que ya está a medio pudrir. Y los ves darse la cabeza contra la pared una y otra vez de manera incansable, levantándose a pesar de haberse tropezado varias veces con la misma piedra. Sabes que están perdiendo el tiempo, sabes que estás perdiendo el tiempo, que tendrías que simplemente dejar ir y volver a tus asuntos como si no hubieras escrito ese capítulo. No importa que te digan que eso no es una manera de vivir, porque no están en tus zapatos, entonces ¿qué pueden decir de tu jardín de infiernos? Y volves a anestesiarlo todo, las cosas se vuelven más amorfas y sos incapaz de distinguir los bordes de uno y otro, los objetivos se pierden y todo dolor queda silenciosamente apagado en algún rincón que no frecuentas. No hay ruido en tu cabeza, solo pura mecánica que te hace caminar e ir para adelante, sacar libros de la biblioteca, estudiar, ducharte, dormir, trabajar. Los comentarios de los profesores te entran por un oído y salen por el otro, ya no sabes por qué discuten en tu casa o cuál fue el chiste de tu compañero de oficina. Dejas de escuchar las bandas que te recomendó, o las películas que vieron juntos. Evitas pasar por los lugares que fueron suyos, dejas que la monotonía y la rutina de Buenos Aires haga lo propio y todo vuelve a la normalidad, fue solo otro capítulo olvidable de tu vida.