martes, 28 de julio de 2015

El experimento

Cuarenta y cinco minutos después de haber comenzado, su compañero había acabado dos veces, se había fumado un cigarro y hacía veinte minutos que dormía con la boca abierta, emitiendo un ligero ronquido que terminaba de declarar aquello como un ítem más de su larga lista de malas decisiones. El sexo entre ellos había sido soso y desabrido, totalmente olvidable. Ni siquiera se había tomado la molestia de fingir un orgasmo. No merecía la pena hacerlo. Eran las tres de la mañana, la ciudad estaba sumida en un silencio agradable que era interrumpido esporádicamente por algún grito lejano de algún borracho o la risotada de alguna mujer. Incluso creyó escuchar algún llanto por el que no se interesó en absoluto. Un ronquido profundo de su mal llamado amante la terminó de convencer de que era un buen momento para emprender su retirada. Pero primero necesitaba dar un par de caladas al liado que había visto en la mesa de luz de su anfitrión. Se las había ganado.

Sin hacer mucho ruido buscó su tanga a los pies de la cama y su camiseta  y se vistió. El departamento era un mono ambiente muy parecido a una caja de zapatos, pero tenía un balcón espacioso que el dueño desaprovechaba. Todavía en silencio, ella agarró en encendedor y salió al frío porteño. Era agradable sentir como las baldosas frías le arañaban las plantas de los pies. Estaba en un piso diez y no había otros edificios tan altos, no había riesgo de que la vieran en paños menores. Tampoco le importaba. No había viento, pero así y todo le había costado prenderlo. La primera calada le supo a gloria. Ella demoró el humo en su boca antes de soltarlo con lentitud y ver cómo las volutas iban desapareciendo. En cuanto terminara eso se iba a casa. Suspiró mientras contemplaba la inmensidad de la noche, absorbida por ese momento o por lo que estaba fumando, al menos eran buenas flores. 


- Qué noche más infame, ¿no te parece?- dijo una voz grave a un lado, en el balcón vecino. No había reparado en que no era la única persona ahí. Sentado en un sillón, dándole la espalda, había un hombre. Tenía un libro entre sus manos y los pies apoyados sobre la mesita que tenía adelante. 


Ella no pudo estar más de acuerdo con eso. 


- Insoportablemente infame, pero es solo una consecuencia de mis actos...- respondió ella, restándole importancia con un encogimiento de hombros. La noche no tenía la culpa que ella eligiera mal a sus compañeros de cama. 


Él no respondió de inmediato, simplemente sonrió y asintió como si supiera de lo que ella estaba hablando. Sin decir nada levantó su mano izquierda para que ella le convidara de sus flores. Y ella lo hizo. Fue apenas un roce el de sus dedos cuando le pasó el cigarro. Y fue suficiente, como una chispa en un bidón de combustible. Ella sonrió, relamiéndose los labios mientras volvía su mirada a la noche, dándole a él algo de intimidad con sus caladas. Había pocas estrellas en el cielo, eran casi las cuatro de la mañana y su amante seguía roncando al dormir. 


- Lo difícil es no saber si es muy tarde para una cerveza o muy temprano para un café...- le comentó él, rascándose con pereza la mejilla derecha cubierta de barba. Ella se rió, echando la cabeza hacia atrás, olvidándose de su durmiente y fallido amante. 

- La crueldad en la vida es infinita...- dramatizó ella, sintiendo un poco de frío en sus piernas desnudas. Y es que por más que fuera una madrugada gentil de otoño había algo de viento que le erizaba la piel- ¿Seremos lo suficientemente idóneos para arriesgamos a tal experiencia?- se preguntó ella, yendo a buscar sus pantalones. 

Él la esperó, hacía rato que no estaba prestando atención al libro de Jack Kerouac que tenía entre sus manos. Desde que ella estaba en el balcón de su vecino, para ser más preciso. La escuchaba ir y venir en la habitación contigua, el roce de los vaqueros, el siseo del cierre de su cartera. 

- Siempre quise ser recordado como el descubridor de la bebida ideal para las cuatro de la mañana...- contestó él, poniéndose de pie finalmente, estirándose con pereza antes de entrar en su departamento para poner la cafetera a funcionar. 

Diez minutos después, cuando volvió con dos tazas de café y dos porrones de cerveza en una bandeja, ella ya estaba vestida y sentada en el barandal, esperando por él. No pudo evitar sentirse atraído por ella en ese momento. El viento se ensortijaba en su cabello negro, el maquillaje ligeramente corrido alrededor de los ojos, sus labios llenos e invitantes. 

Primero tomaron la cerveza. El café se demoró un poco más. Era difícil prestar atención a la taza entre sus manos cuando la mirada del otro los perseguía. No pudieron llegar a ningún resultado concluyente. No había una respuesta para las cuatro de la mañana. 

Ella se acomodó su cartera en el hombro y pasó sus piernas a su balcón. No le dijo nada más, su perfume mezclado con el aroma al sexo y su piel inundaron su departamento. La vio abrir la puerta y salir. Mentiría si dijera que no se sintió tentado de seguirla, pero sabía que tenía que dejar las cosas ser. 

Algo le decía que ella iba a volver. 

Todavía no habían decidido cuál eral a mejor bebida para las cuatro de la mañana.

Afuera despuntaba el sol, era un buen momento para volver a su lectura. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La máquina de esperar y otros cuentos de terror

Porque todo es cuestión de tiempo y estamos condenados a ello. Como Sartre dijo que estábamos condenados a la libertad, también lo estamos al tiempo y peor aún: a esperar. Hay millones de cosas que no dependen de nosotros, que no podemos hacer más que esperar por ellas. Algunas más terribles, algunas más superfluas y que si jamás llegan tampoco nos influyen demasiado y algunas que nos rompen el corazón. Nos pasamos la vida esperando. Esperamos que nos acepten, esperamos un buen trabajo, una buena nota en un examen, esperamos que nos amen, esperamos una buena vida, esperamos que esa persona amada se muera cuando el doctor dice ‘no hay nada más que hacer, es cuestión de tiempo’ esperamos, esperamos, esperamos y se nos rompe el alma. Porque hay cosas que no llegan cuando las esperamos, o cuando más las necesitamos y hay algunas que no llegan nunca.

Y nos llenamos de angustia mientras esperamos, esa incertidumbre que genera el no saber cuando va a pasar o si va a pasar. Pensamos que si lo deseamos con mucha fuerza va a pasar y nos decepcionamos cuando vemos que no sucede así, que no sale el conejo de la galera. Nos entregamos un poco a esa desazón de tener que esperar.

A veces ni siquiera sabemos que esperamos, y eso es peor porque nos conformamos con lo que va apareciendo, queriendo convencernos de que era eso lo que queríamos que sucediera como si de verdad lo supiéramos. Nos mediocrizamos dejando los días pasar mientras se caen del calendario a la vez que la idea de que estamos desperdiciando nuestra vida nos crepita bajo la piel infectándonos hasta los huesos.

Y nos volvemos a levantar, con cada día, algunos más sumisos, otros más beligerantes. Vamos llenando los espacios de espera queriendo convencernos de que así avanzamos, creyendo que ya nos toca ser atendidos, que la sala de espera va a quedar atrás. A veces se da, otras veces nos toca seguir esperando, volver a acomodarnos en la silla y hojear otra revista de cuando Xuxa fue mamá por segunda vez.


Y seguimos esperando, y es un cuento de terror. 

viernes, 11 de abril de 2014

Y entonces Gustavo canta...

¿Alguna vez fue que planeamos hacernos todo el daño de una vez?... Y me levanto de la cama por inercia, llamada por el ruido de la alarma que en mi cabeza suena como Amanda, la madre de Thomas diciendo 'Levántate y lúcete' y gruño en silencio, apago la alarma y me quedo sentada en la cama, me rehúso a iniciar ese nuevo día que sé -en algún rincón de mi mente- que no va a darme lo que estoy buscando, aunque tampoco sé que estoy buscando. Bajo las escaleras, el frío arañándome la planta de los pies mientras doy vueltas, tarareando alguna canción, buscando ropa y un poco café que borre la bruma del último sueño de la noche, ese donde había una máquina enorme que daba vueltas en su lugar. Salgo de mi casa, un poco tarde otra vez, mi vecino de 'los días que llego tarde' en la parada del colectivo me sonríe y me saluda.

Y entonces Gustavo canta... Nuestro pasado nos suele matar, yo abro mi libro, jugando un poco con el señalador entre mis dedos de manera distraída, perdida ya entre las líneas de ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer que hace que algo adentro mío se retuerza con fuerza cerrándome el pecho. Y pienso en lo terrible que es el cáncer, en lo meritorio que debería ser. Pienso que mi tío no se lo merecía, porque si hay algo que tiene el cáncer es que de a poco le va robando la identidad y la dignidad al enfermo. Me siento mal, dejo de leer y miro por la ventana poniendo mi atención en las imágenes que se suceden. Todavía pienso en mi tío, en mis abuelos, en mi tía, no puedo evitar pensar en ellos últimamente, sentir su falta como algo afilado contra mi piel. Y pienso irremediablemente en ese llamado que no pude atender, en tu traición y las veces que hiciste el amor con ella sin importarte el daño que me hacías, las veces que me hacías el amor y pensabas en otra persona, las veces que me lastimaste. Llego a la oficina, anestesiada ante tu muda presencia, siempre ahí, donde más duele. Contesto un e-mail, dos, tres. Los teléfonos suenan, mis compañeros hablan, el ambiente me resulta tan contaminado que decido salir.

Y entonces Gustavo canta... Pasa el tiempo y ahora creo que el vacío es un lugar normal, y yo también lo creo, firmemente. Y Julio me pide que me siente en el suelo, que lo abrace un poco antes de ponerme a leer. No puedo seguir con ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer porque no quiero llorar en la oficina como una nena, porque no es el libro sino lo que dispara en mi cabeza. Y necesito de Julio, de esa magia perenne. Sus palabras me calman, el laberinto de Rayuela me dejan viajar muy lejos, a la Rue du Sommerard, al Pont des Arts, Buenos Aires desaparece durante la hora del almuerzo. Entre esas páginas me siento bien, escucho a mi tía quejándose porque era una excentricidad innecesaria el desordenar así los capítulos. El resto del día desaparece, la facultad, el viento, esos ojos de zafiro que me miran con culpa mientras vuelvo a casa.

Y entonces Gustavo canta... Si no olvido moriré, pero yo no olvido nada, aunque tampoco me importa morirme. La noche está instalada y yo espero el colectivo, esos mismos ojos siguen observándome con insistencia y yo paso de ellos con la misma vehemencia. Vuelvo a ese estúpido libro de estúpida gente con estúpido cáncer, ya no puedo contener el llanto, desgarrada por la falta, abatida porque no sé como lucirme cada mañana. Llego desarmada a mi casa, buscando refugio, asustada de ser capaz de inflingirme el tan necesario daño. Hay que sentir el dolor, escuché alguna vez. Me obligo a dormir, intentando encontrar en algún escenario ese patio con escaleras y cuatro torres.

Y entonces Gustavo deja de cantar.    

domingo, 30 de marzo de 2014

No digamos que te extraño

Por si te lo preguntas, todavía te extraño. En todos lados. A toda hora. En los kilos que me faltan, en la pasión que no siento. En los ojos marrones que no se encienden como los tuyos, en las sonrisas que no me derriten. Te extraño en estas líneas amargas que en el fondo no saben a nada porque no vas a saborearla. Te extraño más desde que pude reconocer que era eso lo que sentía. Te extraño aunque eso enoje a quienes me rodean, aunque digan que no lo mereces. Te extraño. Y haces falta. Haces tanta falta que todo lo demás se vuelve pequeño, ínfimo, insignificante. 

Una vez alguien dijo que cuando una relación se terminaba era peor que la muerte física, porque uno de los dos se moría todos los días cuando la otra persona faltaba, y nosotros siempre extrañamos el cuerpo. Extrañamos el abrazo, extrañamos la risa y el beso. Y el recuerdo de esos días nos destruye. Nos aprieta tanto que no podemos respirar. Nos vamos ahogando en los días de nuestra vida que nos sobran, en el resto de nuestra vida. 

Hoy leí una frase, y me acordé de vos: 'Ven a dormir conmigo: no haremos el amor. Él nos hará a nosotros'. Me acordé de todas las noches que me sentí sola en la noche, de tu voz al otro lado del teléfono, de tus brazos alrededor de mi cintura mientras yacíamos en la cama. Y te extrañé un poco más. Todo se fue cayendo lentamente delante de mis ojos, cada día juntos, cada día sola, cada vez más despacio, cada vez más doloroso. 

Por un instante quise que sufras, que sintieras en tu carne cada segundo de dolor que yo había padecido. Las náuseas, la fiebre, las jaquecas, los ataques de llanto, la desolación y la desesperación por la sangre. Quise todo eso para vos, para no sentirme tan sola, para sentir que todavía eras mio. Y me sentí más enferma, más impura, más sola. A veces te extraño tanto que ni siquiera me acuerdo de lo demás, ni siquiera de respirar. O de como terminar estas líneas...


sábado, 22 de febrero de 2014

Las cosas que pueden salir mínimamente bien y salen terriblemente mal (u otras maneras de resumir la historia de mi vida)

O de como todo lo que tenía en la cabeza anoche se esfumó esta mañana. Soy una persona bastante intuitiva que sé cuándo algo es para problemas, y así como lo sé me meto de lleno como si no hubiera escuchado a eso que me hacía ruido en la cabeza. Y entonces las cosas pasan, se suceden y cuando comienzo a pensar que quizá era paranoia mía, que quizá puede salir bien se desarma todo en mis narices de la peor manera, irreparable. Entonces me aíslo, me pongo a la defensiva, me vuelvo arisca al contacto con los demás. Y los demás te dicen ‘tranqui’, ‘tomatelo con calma’ y me pongo peor, me brota la agresividad desde adentro y quiero mandar todo a la mierda o armar una mochila e irme yo para hacer las cosas más simples. Pero sigo en el mismo lugar, creyendo más de la cuenta en las personas como si no me hubieran defraudado y lastimado lo suficiente ya como para convencerme que más de uno está perdido.

Y hay otras personas que, sin embargo, siguen intentando sobre lo vano y lo perdido con una fe que no entiendo, intentando resucita algo que ya está a medio pudrir. Y los ves darse la cabeza contra la pared una y otra vez de manera incansable, levantándose a pesar de haberse tropezado varias veces con la misma piedra. Sabes que están perdiendo el tiempo, sabes que estás perdiendo el tiempo, que tendrías que simplemente dejar ir y volver a tus asuntos como si no hubieras escrito ese capítulo. No importa que te digan que eso no es una manera de vivir, porque no están en tus zapatos, entonces ¿qué pueden decir de tu jardín de infiernos? Y volves a anestesiarlo todo, las cosas se vuelven más amorfas y sos incapaz de distinguir los bordes de uno y otro, los objetivos se pierden y todo dolor queda silenciosamente apagado en algún rincón que no frecuentas. No hay ruido en tu cabeza, solo pura mecánica que te hace caminar e ir para adelante, sacar libros de la biblioteca, estudiar, ducharte, dormir, trabajar. Los comentarios de los profesores te entran por un oído y salen por el otro, ya no sabes por qué discuten en tu casa o cuál fue el chiste de tu compañero de oficina. Dejas de escuchar las bandas que te recomendó, o las películas que vieron juntos. Evitas pasar por los lugares que fueron suyos, dejas que la monotonía y la rutina de Buenos Aires haga lo propio y todo vuelve a la normalidad, fue solo otro capítulo olvidable de tu vida.

sábado, 7 de diciembre de 2013

A veces los leones mueren

También lo hacen las águilas, los zorros, las ballenas. Lo hacen los padres, los abuelos, los hermanos, en los peores casos los hijos. E incluso los tíos. No importa por qué, no importa cómo, pero todos terminamos al final del mismo túnel, tiempo más, tiempo menos todos volvemos a reencontrarnos y en eso confío. Lo bueno es que el cuerpo ya no te encierra, desaparecieron los límites y hoy sos libre. Tu alma está libre. Pero nosotros, imperfectos, vamos a extrañar el cuerpo y todo lo que representaba.

Nosotros, imperfectos, vamos a extrañar esa voz consejera y esperanzadora.
Nosotros, imperfectos, vamos a extrañar esa risa contagiosa y cómplice.
Nosotros, imperfectos, vamos a extrañar esa mirada pícara y a la vez sabia. 

Y a pesar de todo fue mejor así, que te fueras mientras aún eras a quien amamos y no cuando ya no te reconocieras. Que te fueras con la dignidad del león, siempre Rey hasta el final. 

Gracias por los consejos y los abrazos, gracias por los chistes y el mate. Gracias por las recetas de cocina y las charlas por teléfono. Gracias por El Principito y los libros chanchos. Gracias por darme el amor más incondicional y perenne de este mundo, la lectura. Sé que vas a estar conmigo en cada página, como lo estuviste en cada paso de mi vida. 

Por creer en mi, en mis líneas y mi guitarra. Por ser como una madre y una guía cuando me sentí sola y perdida. Por entenderme y no juzgar jamás. 

Yo, imperfecta, te voy a extrañar tía. 

viernes, 15 de noviembre de 2013

La condena a muerte -

Quisiera hablar de otros, de las personas que viven encadenados y en una eterna peregrinación hacia el abismo. Personas que viven encerradas y que se condenan a una relación que no sienten, una relación que 'no da para más' pero en la que siguen metidos esperando una guillotina que posiblemente nunca caiga fría sobre sus nucas. ¿Para qué? ¿Con qué fin? Una vez que la planta muere solo queda arrancarla, mantenerla en la maceta no sirve de nada. Acá nos pasa lo mismo, las parejas se resecan pero los hay que prefieren la infamia de condenarse a vivir una vida sin amor a salir de la jaula dorada en busca de lo que les hace falta, de lo que realmente necesitan. 

Jugar al marido modelo o a la novia devota no sirve, mucho menos cuando en lo más íntimo de tu mente estás deseando a alguien más. Me estás deseando. Y yo a vos, pero todas las noches dormimos en camas separadas, vos con tu mujer a la que no amas, yo sola. Ya me tocó el papel de cornuda, no voy a aceptar el de la otra. Ya lo dijo Marilyn una vez, 'No creo que ningún hombre valga tanto para tener dos mujeres, ni que una mujer valga tan poco para ser la segunda'. Y es verdad, vos queres el pan y la torta. Decís que es blanco o negro cuando estás parado en el gris más asqueroso esperando a que yo entre en un juego enfermo donde no puedo ser más que la gran perdedora.

¿Qué ganas vos? ¿qué gano yo? ¿qué ganamos nosotros? Nada. Entre nosotros no puede haber nada, entre nosotros solo está tu mujer y la relación podrida que te negas a tirar. No hay lugar para mí, es hora que lo entiendas y te resignes como yo lo hice.

No hubo intentos de mi parte, ni acercamientos. Ni siquiera hoy, con las ganas a flor de piel, los hay. Porque no corresponden, porque no deben ser. Entre nosotros hay un abismo con el nombre de tu mujer que yo no voy a saltar. Y que nos va a separar para siempre, porque vos no la vas a dejar, yo no soy ninguna tonta.

Acá muere el nosotros que nunca llegó a ser. 

jueves, 25 de julio de 2013

La vida que no es nuestra

Es curioso como la vida nos está vistiendo para que nos casemos con alguien más, para que le digamos 'sí, quiero' a otra persona. De la misma manera nos va a meter en la cama de otra persona, haciéndonos gemir un nombre que no nos causa placer y va a insistir hasta que tengamos hijos que no serán los nuestros. A los que le pongamos nombres que no son los que queríamos y sobre los que tanto nos costó ponernos de acuerdo. Tendremos trabajos de los que no hablaremos en cenas que no comeremos. Nos vamos a ir haciendo viejos muy despacito, cumpliendo sueños que no soñamos. Vamos a tener nietos que no tendrán nada que ver con nosotros y que nada saben sobre nosotros. Vamos a llorar la muerte de un amante que no conocíamos y finalmente vamos a morir nosotros también. Y así se nos va a ir la vida en vidas que no son las nuestras. Hasta siempre mi sol, nos vemos en la vida que viene, con algo de suerte y es la nuestra.

Jardines de malvones de 1990 -

Mi vecina María es una mujer grande, una abuela, a la que todos en el barrio conocemos porque su jardín es hermoso y colorido. Esta lleno de plantas vibrantes pero ya no ha malvones. Mis vecinas de al lado eran tres hermanas, también abuelas y ya difuntas, también tenían un jardín grande lleno de malvones, flores del pájaro, rosales y un jazmín. Nací y me crié en los '90, y los noventa estaban llenos de malvones, ahora no los veos, no sé donde están. Mi mamá nunca fue buena para la jardinería, nunca pudo cuidar más que un potus, en casa no había malvones. Parece una estupidez, pero los malvones son importantes, porque el dos mil se llevó todo de mi, los malvones, mi infancia y a mi abuelo. Hoy no veo malvones, no tengo a mi abuelo y tampoco soy una nena. 

Hay gente que dice que cada persona es una isla, como Bon Jovi, otros que dicen que la vida de cada uno es un jardín. Siempre fui amante de las rosas, todavía lo soy, pero los malvones son muy importantes, no lo puedo evitar, como si representaran lo que perdí, lo que voy perdiendo. En mi jardín tampoco hay malvones, hay rosas, jazmines, fresias, tengo belladonas, alegrías del hogar, azaleas, hay colores y esplendor en mi jardín y también hay un espacio vacío donde antes, supongo, había malvones. Y así como los malvones se fueron yo misma hice que los demás también se fueran, me quedé sola en mi jardín, trabajando para algo que jamás funcionaría, abrazando una ropita muy chiquita que no va a ser para nadie. Están quienes dicen que es en el jardín donde una persona esconde sus miserias, y creo firmemente en ello, ¿por qué no esconder el horror tras algo hermoso? La belleza de mi jardín esconde el dolor que solo conocen las raíces donde está enterrado todo lo que no pudo ser. 

Las raíces de mi jardín retienen entre sus brazos y se alimentan de todo eso que me prometieron, de las veces que me engañaron, de ese 'juntos por siempre'. Y se fortalece. Mi jardín se hace más fuerte comiendo de la basura, sobre esas ruinas de recuerdos rotos se levantará mi nuevo imperio para dejar al fénix volver a volar, hermoso, colorido, lleno de esplendor, como mi jardín, incluso si no hay malvones de 1990 en él. 

martes, 11 de junio de 2013

Toda la vida

Lo leí en facebook y me pareció no solamente excelente sino también totalmente en sintonia con como me siento por estos días...

'Toda la vida te pensaré.
Toda la vida te desearé.
Toda la vida te observaré.
Toda la vida te querré.
Toda la vida te amaré.
Toda mi vida sin ti.

-Ignis'

sábado, 1 de junio de 2013

Los lugares donde haces falta

Te extraño, en todos lados, en todo el cuerpo. En la mañana cuando amanezco sola, al mediodía cuando la comida es para uno solo. En la tarde cuando no hay nadie que me de conversación. En la noche, en las cenas solitarias reducidas a una taza de café e insomnio, en la cama que no me abraza como vos. Tengo un agujero tan grande en el pecho que siento que perdí identidad, y que soy más yo cuando era con vos de lo que soy ahora siendo sola. Ese agujero es todo lo que te llevaste, lo que me arrancaste, son todos los lugares donde me faltas, donde deberías estar y donde elegiste no estar. 

Y me siento perdida, tan perdida que no sé siquiera como continuar estas líneas, que tampoco son mías sino tuyas, son lo que quedan de nosotros: algo vacío y confuso que solo me duele a mi porque vos quedaste muy lejos. No sabes de estas líneas como no sabes de mi. 

Te extraño al punto de querer ir a buscarte, de verte por última vez y sin embargo sigo lejos, donde no puedas llegar. Y quiero irme todavía más lejos, empezar una nueva vida en otro lado, donde nada me recuerde a vos, donde nada lleve tu nombre o nuestros recuerdos. Quiero dejar esta piel que fue tuya en esta ciudad y partir, y no volver. Ser libre de vos, de lo que dejaste tirado antes de marcharte. 

Me gustaría no dejarte atrás, sino borrarte completamente de mi, como si nunca hubiera existido un nosotros, como si nunca nos hubiéramos cruzado en la vida y que ese vacío que me dejaste desaparezca completamente de mi. Mirarte y no sentir nada, que no duela, que no importe, que no seas nadie en mi vida. Perderte para siempre en el universo, perdernos para nunca volver, para no sufrir más por lo que no fue. 

Por favor, seamos desconocidos, seamos nunca más, seamos nada. Olvido eterno de nuestros días que hoy no me dejan ser y que me tienen estacada en un mismo lugar. Dame alas, dame olvido. 

martes, 28 de mayo de 2013

El día que deje de ser feliz -

Una vez mi mamá me dijo que no me veía feliz, que no era algo del momento sino que venía de tiempo atrás, no sabía cuando precisamente pero que de un tiempo largo acá ya no me veía como la persona que yo había sabido ser. Mi mamá es una mujer extremista y que suele decir cosas que no hacen mella en mi, pero me quedé con esa idea en algún rincón de mi cabeza sin siquiera saberlo y anoche lo entendí todo. Yo sola pude encontrar el punto donde dejé de ser feliz completamente y pasé de vivir a sobrevivir: el día que deje de escribir. Es una estupidez grande como la mansión Playboy a simple vista pero cada uno puede aplicarlo a si mismo como mejor le calce. Si uno es bailarín y ya no puede volver a bailar, que un fanático del deporte tenga que dejar de hacer el deporte que tan feliz lo hace, parece de verdad una tontería pero a largo plazo y lentamente nos mata por dentro sin que nos demos cuenta. 

Al no escribir se me llena la cabeza de ideas, de ensayos que quedan perdidos ahí, que no los materializo. Me sobrecargo de todo eso que es pero no es y sumado a los demás problemas que uno puede tener en su día a día resulta explosivo y nocivo, sin dudas. Son cosas que uno no entiende hasta que se le caen encima, como la manzana de Newton. Un día empecé a escribir de nuevo, al día siguiente seguí escribiendo y empecé a reírme de verdad, dejé de sentirme sola. En dos días había creado un abanico de personajes que me dejaban compartir su vida y que no me dejaban estar sola, que no me exigían, no me reclamaban, simplemente estaban ahí y solo me pedían que no los dejara otra vez. 

Todo lo que me faltaba fuera de mi me lo daban ellos de manera desinteresada, sin pedirme nada a cambio. Entendí que por muy abocada a la universidad que pudiera estar, o al trabajo o lo que fuera nunca iba a ser feliz, porque me faltaba una parte, me faltaba escribir y en medida más chica me faltaba dibujar, me faltaba ser quien realmente soy. Perdí mucho en el camino, pero estoy recuperando más en diferentes formas. 

Y volví a ser feliz, volví a escribir. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

Episodio II

Desde la separación estaba rota por dentro, desalmada y cuando pensaba que nada más podía llenarle se encontró en otros brazos, brazos adultos, brazos maduros. Los últimos brazos que hubiera esperado que la abrigasen, brazos que tenían con los suyos una diferencia de edad que a otros hubieran asustado. Antes de que ella pudiera entender nada de lo que sucedía ya estaba trabajando en un buen lugar, su carrera universitaria había avanzado al punto de estar en la recta final y ella estaba embarazada, sí, su primer hijo estaba en camino y en menos de tres meses estaría entre sus brazos. De la nada y casi sin enterarse había construido un hogar junto a un hombre que llenaba sus días de magia. Todo lo sufrido anteriormente parecía un mal sueño difuso y lejano, algo que le contaron y no una experiencia personal. 

Una tarde cualquiera de Abril, la vida la encontraba caminando sola después de una visita a su obstetra en pleno microcentro. Un antojo manejaba su cuerpo llevándola a donde un Starbucks cercano a donde pudiera saciarse. Entró, pidió, recogió su pedido y se sentó a saborearlo mientras su hijo pateaba y festejaba desde dentro de su vientre haciendo que ella lo acariciara con suavidad.

- ¿Puedo?- le preguntó una voz masculina y familiar que sin que ella lo notara se había acercado y la miraba con unos suplicantes ojos color chocolate. 

No pudo contestar, las palabras habían abandonado su garganta por completo por lo que ella tomó esa mano que tantas veces antes había sostenido y la acercó a su retoño no nato compartiendo con él la dicha que ella sentía al poder acariciar a su hijo de aquella manera. Ninguno dijo nada por un momento, los minutos se habían petrificado de la nada. Sin pedir permiso él se sentó junto a ella y acarició su dilatado vientre hasta que la criaturita indefensa pareció tomar una siesta, fue entonces cuando ambos volvieron a mirarse.

- ¿Ya saben lo que es?- preguntó luego de aclararse la garganta, apartando su mano de ella con cierta renuencia- ¿Tiene nombre ya?- estaba haciendo más preguntas de las que merecía pero ella estaba de muy buen humor por su embarazo. 

- Josefina Sol..- contestó ella sin miramientos, con una sonrisa radiante en el rostro que la hacían ver todavía más joven de lo que ya parecía. Volvió a dar un sorbo a su bebida caliente, todavía no hacía frío pero ella se sentía especialmente friolenta esa tarde. 

Él se quedó en silencio por un momento y luego rió como si recordara un chiste.

- Tendría que haberlo supuesto..- dijo con una simpatía que ella ya conocía de tiempos anteriores. Ambos se miraron de nuevo y algo se quebró dentro de él, dejándolo desnudo ante ella como tanto tiempo atrás. 

Ella se estremeció como si de repente sintiera más frío, su hija seguía quieta dentro de su vientre protegida con su propio sistema de calefacción centralizada. 

- Tengo que irme a clases, fue bueno verte..- dijo ella acomodándose el cabello detrás de la oreja distraídamente a lo que él se percató de la alianza que ella llevaba. Si el vientre abultado no terminaba de hacerle entender que ella pertenecía a alguien más ese simple anillo le cayó como un balde de agua fría. 

Ella se puso su abrigo, tomó su cartera tiró el vaso vacío en el tacho más cercano y luego de despedirse de él salió de allí, de nuevo a la atestada ciudad. Volvieron a ser dos desconocidos en esa metrópoli inmensa. 

Él se quedó ahí sentado como una estatua, después de todos esos meses que no llegaban a sumar un año entendía todo lo que con dejarla ir había perdido. Luego de la separación se había dedicado a cosas que no valían la pena y ella tenía todo lo que ambos habían soñado, pero él no estaba en el paquete, él había dejado todo por nada y ahora que sabía que ella nunca más sería suya sentía un peso muerto en el estómago. Disparado por algún impulso insano él se puso de pie y la siguió desde lejos, paso tras paso hasta que la vio llegar  a donde la universidad, en la esquina la esperaba un hombre que se notaba bastante más grande que ella, unos diez años o poco más quizá. Ese hombre la abrazó a su cuerpo y la besó en los labios para luego poner una mano en su vientre. 

Ambos dos parecían en plena luna de miel, se notaba la adoración de los dos en los ojos. Él le corrió un poco el flequillo para dejarle un beso en su frente antes de pasarle un brazo por sobre los hombros y así subir juntos la corta escalinata perdiéndose entre los ingresantes al edificio. 

Él siguió ahí parado unos minutos más, imaginándose en el lugar de ese otro hombre, sabiendo que si hubiera podido ser él de no haber arruinado todo. Ahora ella tenía la vida que iba a ser para ambos y él no podía hacer nada, él había decidido perder por perder, y ahora finalmente había perdido. Sin nada más que hacer se retiró de allí y le permitió a ella lo que tanto merecía, ser feliz con la vida de ambos.

domingo, 5 de mayo de 2013

El poder de la indiferencia -

Si una persona nos decepciona es porque todavía esperábamos algo de el o ella. Todavía teníamos una esperanza de que las cosas fueran de otra manera, qué se la jugara. Siempre estamos esperando algo del otro, es inevitable. Que te cedan el asiento en el transporte público, que te alcancen eso que se te cayó, que te amen. Pero esperamos de más, esperamos demasiado quizás. Hay personas que no cambian, personas que no se la juegan, personas que no nos aman. Y nos lastiman, y nos rompen el corazón. Y a pesar de eso seguimos esperando algo de esas personas, somos masoquistas y pensamos que no está todo perdido, que de alguna manera mágica todo se va a arreglar. ¿Hasta donde es sano creer en el otro? ¿Hasta donde es justo creer en el otro? ¿Hasta donde merece el otro que creamos en él? Por lo general creemos en el otro hasta que nos duele como si nos estuvieran arrancando la piel a tiras. Dejamos que nos pisoteen el corazón y nuestras buenas intenciones como si tuviéramos otro de repuesto. Y no es justo, nadie merece tanto de nuestra parte. 

Yo soy de esas personas que no saben ser indiferentes, que entregan todo y que cuando me decepcionan me duele en lo más profundo, porque yo creía en lo bueno que esa persona tenía y que por alguna razón no me lo brinda. Admiro a la gente que cuando intentan lastimarlos son indiferentes y siguen adelante. Yo paso mucho tiempo lamiéndome las heridas y me retraigo, a veces creo que confiar está sobre valorado, que no es tan fácil como dice Hollywood. ¿Por qué me rechazas? ¿por qué sos indiferente conmigo? Y creo que no hay nada peor que eso, que esa persona te rechace o te falte, que se muestre indiferente hacia tu dolor, ¿no me amabas, acaso, o escuché mal? No, vos me dijiste que me amabas. ¿Por qué vos podes ser indiferente conmigo? la indiferencia es poder, vos podes hacer de cuenta que yo estoy muerta y yo no. La indiferencia es poder, el amor es servidumbre. El amante es esclavo de aquel que puede ignorarlo. Y el que es indiferente puede irse y volver cuando le plazca, porque nada lo ata, nada lo limita y el que ama siempre va a estar esperando. Ahora, ¿qué pasaría si el que ama se cansa, si el amante se cansa de ese juego enfermo y decide patear el tablero? ¿Donde los dejaría eso? Si los dos deciden ser indiferentes, ¿no se desperdiciaría todo lo que hicieron juntos? Creo que sí. Si ambos son indiferentes todo momento vivido se pierde, se decolora, son un camino que se separa. Se pierden para siempre. 

Pero, ¿es justo pedirle al amante que siga soportando? No, pero tampoco hay que pedírselo. El que ama aguanta por amor al otro, resiste contra viento y marea por esa persona que le hace sentir como ninguna otra. Siempre va a buscar otra alternativa, siempre va a volver a apostar por el otro, se la va a jugar. Con lo bueno y lo malo me gusta amarlo, me hace bien, me hace feliz, incluso cuando no lo merece o no vale la pena, amo amarlo. 


A veces me siento Claudio María Dominguez escribiendo, ew.

viernes, 25 de enero de 2013

Tengo ganas de mandarle un mensaje de texto que diga:

"¿Venís a dormir conmigo esta noche, pe? 
Te extraño muchísimo. 
Te amo, aunque seas un imbécil. 
Aunque sea una imbécil."

Sé que no va a responder, sé que no va a venir, sé que no lo voy a mandar. 

lunes, 21 de enero de 2013

Contrapunto -

Tú me gustas. 
No te amo. 
No quiero que te cases conmigo. 
No me vas a gustar para siempre. 
Simplemente me gustas. 
Así como me gusta ver el cielo. 
Podrías gustarme mucho tiempo. 
Podrías gustarme sólo hasta mañana.

Autor que desconozco. 

//

Todavía me gustas. 
Te amo, por supuesto. 
Claro que quiero que te cases conmigo.
Y seguramente me gustes para siempre. 
Simplemente me gustas.
Así como me gusta ver el cielo. 
Podrías gustarme toda la vida.
Aunque me gustaría que solo me gustes hasta mañana (para ya no seguir sufriendo)

Artt- 


Episodio I

La ruptura la había destrozado, claro que sí. Pero había sido para mejor para los dos, o al menos era ese el archivo que ella se había metido en la cabeza como para terminar con el duelo y seguir. Sus notas en la universidad se fueron para arriba, se postuló a una beca y se fue a estudiar a afuera una temporada larga. El regreso, un tiempo después, había sido mejor todavía. Buenos Aires la había recibido con un trabajo bien pago y dinámico. Las cosas no podían estar saliéndole mejor, pensó ella mientras caminaba por la ciudad, entaconada y vestida de oficina mientras iba saliendo del trabajo para encontrarse con esa nueva conquista de fin de semana que la había invitado a cenar. No era nada del otro mundo, no era nadie que le moviera el piso pero era una oportunidad que ella había decidido aprovechar. Y así iba cuando lo vio. 

En la vereda de enfrente, esa persona que tanto la había hecho llorar, que tanto la había hecho sufrir con su partida. A una calle de distancia y no la había visto ¿por qué? porque otra estaba entre sus brazos riéndose de no sabía que antes de besarlo. Se miraron, se encontraron otra vez y ella le dio la espalda. Sin siquiera pensar en lo que hacia empezó a andar, sintiendo como el sonido de sus tacones en la vereda le rompían el corazón, como él, otra vez. De repente todas las esperanzas se le volvieron a romper sin siquiera saber ella que las tenía, todas las noches en soledad le cayeron encima como un peso muerto. La ciudad se le volvió más fría e inmensa, ella no era más que una hormiga en la inmensidad. Se le rompió el corazón una vez más, otra vez era esa nena que lloraba sola en su cama cuando todos dormían y se preguntaba una y mil veces los por qué de todo eso. 

Ella no quería amarlo más, no quería que él siguiera teniendo ese poder sobre ella, quería enterrarlo una vez más, esa herida que había cicatrizado de repente sangraba una vez más y ella se ahogaba en esa sangre llena de sus recuerdos. El tiempo no había pasado, seguía siendo invierno, la distancia no había podido tampoco, el Atlántico había sido solo un charco. 

Eso era amor, de a uno, enfermo, incompleto, imperfecto, doloroso. Y no, eso no era amor, eso era ella, enferma, incompleta, imperfecta, herida. Todo eso cubierto bajo la fachada de buena alumna, mujer pragmática, empleada modelo. Ella era solo una relación más que fallaba. 

jueves, 17 de enero de 2013

El sol está en todas partes -

No se fue, nunca lo hizo. El sol no puede ser una persona por mucho que la ame, porque las personas siempre nos dejan, siempre se van, de alguna u otra manera lo hacen. Pero siempre se quedan también, y siguen viviendo incluso si no están. Nos dejan pero se quedan en las cosas, en los recuerdos, en las sensaciones, para que nunca las olvidemos, para que de alguna manera no los dejemos ir, porque no quieren irse. 

Nadie vive en invierno, porque incluso cuando pensamos que el sol se fue no es así, en realidad se trasladó, ahora está en otra cosa, en otra persona, pero lo tenemos que encontrar.  El sol es lo bueno en nosotros que ponemos en otras personas para pensar que no lo tenemos y que necesitamos encontrarlos. El sol está dentro de uno mismo, incompleto, esperando completarse. Son como esos dijes de amistad que están fragmentados. Si se entiende mejor, somos medio sol. La mitad que falta de verdad está en esa otra(s) persona(s) que amamos, se vayan o no. 

Ahora soy medio sol otra vez, pero sé donde tengo esos fragmentos que me faltan. Incluso los vicios pueden irse, pero el sol jamás se va, si los dejáramos irse nos extinguiríamos, nos moriríamos de pena y es algo que no podemos permitirnos, ni siquiera cuando perdemos ese sol nuestro.. 

Todos somos medio sol y tenemos que vivir con eso. 




Lo corto porque no siento estar siendo muy clara :/

domingo, 13 de enero de 2013

Y vivir el resto de nuestra vida, pero separados.

Then live the rest of our life, but not together. 

Había una vez una chica que encaraba su primer empleo fuera de la empresa familiar, había caído en un trabajo horrible, monótono y mal pago. Un trabajo que pensaba dejar incluso cuando era la mejor de su sector, un día en ese mismo trabajo ella conoció a un chico. El era muy diferente a ella, tanto en su historia de vida como en sus gustos pero eso no evitó que ambos dos se miraran y se gustaran. Antes de que pudieran darse cuenta y estaban juntos, compartían tiempo juntos, se escuchaban, se apoyaban y se retaban cuando era necesario. Se presentaron en sus familias, hicieron el amor, se enamoraron y empezaron a crecer juntos. Comenzaron a tener proyectos juntos, pretender una vida juntos, tener hijos, una casa. Los días se caían del calendario con una rapidez que a ellos no les importaba, estaban más allá del tiempo, eran infinitos. Él se enamoró de ella, pero ella no podía con eso, no podía contestarle de la misma manera. 

El tiempo seguía pasando, él la sostuvo mientras ella lloraba, fueron a pasar el día al Tigre, caminaron por la costanera. Ella lo retó cuando quiso dejar los estudios. Los dos caminaban de la mano, ambos consiguieron trabajo a la par de sus estudios. Llegó la primavera, ella se enamoró perdidamente de él. Su mundo había dejado de girar para centrarse en él. Ambos siguieron estudiando, ella dejó de trabajar. Los días se convirtieron en un año. Ella le organizó una cena de a dos para él. Hicieron el amor un montón de veces más. El la cuidaba de todos los males, incluso de su mal carácter. Ella a veces lloraba cuando se peleaban porque no le gustaba aquello. Los días seguían escurriéndose. Tenían momentos mejores y peores, las tensiones de sus vidas los agobiaban pero todo terminaba bien al estar juntos. Ella amaba hacerle cartitas y regalarle chocolatines, él se encargaba de hacer el almuerzo porque ella no era muy ducha en el tema. Escuchaban música juntos, miraban películas. Ella lo acompañaba cada vez que tenía que presentarse a bailar porque amaba verlo. 

Un día ella quedó embarazada. Treinta y cuatro días después, justo antes de contárselo a él lo perdió. Ella empezó a sentirse mal, como mujer, como madre, como la mujer de él. Las cosas se pusieron tensas de verdad, ella no podía acercarse a él y decirle como se sentía y mucho menos lo que había pasado. El se enojó por otras cosas y decidió terminar con ella, ella le contó lo que le pasó en un arranque de enojo. El se decepcionó de ella y se sintió traicionado. Ella intentó explicarle como se había sentido y como se sentía, él no quiso entenderla. Ellos se separaron de manera definitiva. El la acompañó un poco con el proceso médico de la pérdida y le dijo que hiciera su vida. 

Ella se enojó con él y también se decepcionó, ella empezó a llorar más seguido y a retomar viejos vicios. Ella no supo más de él, ni para bien ni para mal. Sus amigos le dijeron que no valía la perna esperar, que él no valía la pena. Ella sabe que no es así, que esto no le quita su valor a él, que está actuando mal pero que todos nos equivocamos, como ella en su momento. Ella se cansó de esperar la nada y comenzó a hacer su vida, con todo la tristeza que eso conllevaba. Un día él le dijo que la amaba, incluso después de un tiempo separados. Ella no quiere creerle porque sabe que incluso amándose no pueden estar juntos. Ambos retomaron el silencio. 

La vida que habían planeado juntos ahora tienen que vivirla, pero por separado.

sábado, 12 de enero de 2013

El amor se va, los amigos se van, el viejo vicio queda -

Es difícil mantener un personaje, más durante tanto tiempo, más tan difícil a uno mismo. El personaje es una careta segura que mantiene a todo el mundo conforme, a todo el mundo algo apartado. Artt es el personaje, la mujer fuerte, decidida y de carácter que no llora, que no tiene miedo de fracasar o de no agradar. Es casi egoísta con los demás, pero se tiene como prioridad y es feliz con ello, sabe como conseguir lo que quiere y tiene claro lo que necesita. No le cuesta ser feliz porque no teme serlo. Artt es admirable, es aguerrida, tiene una voz que se escucha y nunca se da por vencida. Es luz y pasión. Y cuando la careta se rompe detrás de ella estoy yo. Escondida, escudada. Soy la otra cara de Géminis, la que llora, la que no sabe como hacer las cosas. La que fracasa y está llena de miedo, la viciosa y herida, la que está llena de cicatrices. Soy la cara oscura de la luna, la que vive en servidumbre para los demás y que no es capaz de levantar la cabeza. La que está acomplejada, la que teme al rechazo y a la soledad. Soy la cara que se odia, la que no se soporta, la cara que no está conforme con nada de lo que hace. Al final del día soy sangre a solas y a oscuras. Vergüenza. Dolor. Miedo. 

Al final del día soy eso que el sol no quiere ver, eso a lo que el sol teme. Soy esa herida que sangra y late, que duele. Esa herida que me castiga por no haber podido aguantar, por no llegar a las expectativas, por no haber sabido como manejar las cosas. Me castigo porque nadie más va a hacerlo, porque nadie más parece interesado en hacerlo. Porque necesito sentir el rigor y ese dolor que se va apagando en la noche, que mancha las sábanas, que al día siguiente me hace sentir más vacía. Y eso es lo único que queda cuando el sol se va, cuando los amigos miran para otro lado, esa sensación de poder que da ese viejo amigo que regresa cuando no queda nadie. Poder sobre uno mismo, poder de lastimarse a uno mismo. Y es enfermo, pero no importa, ya nada importa porque encontraste paz, después de toda esa tormenta volvió por fin la paz que tanto necesitabas. Esa paz que sella con sangre nuevamente la careta del personaje. Esas cicatrices que te permiten volver a ser la persona que todos quieren que seas. De nuevo Artt. 

Y la ruleta rusa vuelve a girar y apuntar.